Titular del estudio chileno que fundó su padre, Pedro Gubbins detalla la características de su trabajo, sus obsesiones y su manera de enfrentar la realidad.
Miguel Jurado. mjurado@clarin.com
Invitado a participar de la XII Bienal Internacional de Arquitectura de Buenos Aires, el chileno Pedro Gubbins estuvo en Buenos Aires. Su presencia fue oportuna para hablar del alto nivel que muestra la arquitectura chilena de los últimos años. Como heredero de una tradición familiar ligada a la arquitectura, Gubbins tiene una visión extrageneracional que resulta más abarcativa. Minutos después de su conferencia en el Centro Cultural Recoleta, Gubbins recibió a ARQ para hablar de sus comienzos, su forma de trabajar y las obras que mejor lo representan.
—¿Cómo descubriste tu vocación?
—La verdad es que me surgió naturalmente. Mi padre es arquitecto, lo vi trabajando de eso toda la vida, así que nunca tuve que hacer una elección. Se dio sola.
—Siendo así, tu papá debe haber influido mucho en tu forma de proyectar
—Bueno, es el culpable de que haya estudiado arquitectura, además, estamos trabajando juntos ahora hace diez años ¿En qué me influenció? En cortarme los dedos con los cuchillos de tanto hacer maquetas…(risas). Es muy trabajador, apasionado, un tipo que todo el día está midiendo cosas, tratando de meterse con los temas nuevos de la arquitectura. Es por eso que nuestra oficina abarca de todo, hacemos ampliaciones, metros (subtes), canales de televisión y hasta planes maestros, desarrollos urbanos y bordes costeros. Este perfil heterogéneo hace que el estudio sea como una escuela. No somos especialistas en nada y en todo. Lo que no sabemos, lo aprendemos. Yo diría que el legado que me transmitió mi padre es ese: no transformar la arquitectura en una industria, resolverla para quienes debe servir con una visión lo más amplia posible.
—Viniendo de una familia de arquitectos, muchas veces la relación con la facultad resulta problemática ¿Cómo fue tu caso?
—Bueno. Me metí en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Chile porque, en los años 80, tenía algo que ha ido perdiendo: heterogeneidad en la gente, en su clase social, en su lugar de origen. Me recibí en el 85, después fui ayudante. Me gustaba dar clase, actualmente soy profesor en la Universidad de Chile (hace como diez años) y además doy clase en una privada, la Universidad de San Sebastián. Dar clases te mantiene vivo. En ese sentido, junto con la mayor producción arquitectónica que hemos tenido en Chile en los últimos diez años, las oficinas se han transformado en lugares de mayor experimentación-que las universidades. Se ha producido un fenómeno curioso.


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