
Arquitectos como Norman Foster y Richard Rogers aseguran que la crisis es la materia prima de su disciplina. Los creadores de este siglo XXI marcado por la recesión buscan nuevas ideas y territorios para dibujar el mapa arquitectónico del futuro.
ANATXU ZABALBEASCOA
«La arquitectura es una carrera de obstáculos en la que hay que saltar por encima de la normativa, el presupuesto, el cliente y la dura realidad de la obra: del hormigón a la coyuntura económica«. Buena parte de los proyectistas del planeta suscribirían las palabras de su arquitecto más global, Norman Foster. Con todo, en el último lustro, el mundo aumentó un 50% su ritmo de edificación. Y ese ritmo nunca visto se desvanece dramáticamente en algunos países. En España, el Consejo Superior de Arquitectos habla de un descenso de los visados privados del 71% y, a pesar del Plan E con que el Gobierno ha tratado de reactivar la construcción, el Ministerio de Fomento cifra la reducción de la obra pública en un 30%. Tras el cierre de 40.000 agencias inmobiliarias, la mitad de las que había en España, ha comenzado el de las oficinas bancarias (fundamentalmente muchas de Málaga y Almería) que tenían su razón de ser en el aumento de las hipotecas por las segundas viviendas.
Aunque la relación entre edificación y arquitectura sea la misma que la que se da entre la escritura y la literatura, lo cierto es que los edificios, buenos y malos, consumen ya un 50% de la energía con la que funciona el mundo. Ése es uno de los puntos con los que se ha topado la crisis. Existe por fin el propósito de que eso debe cambiar. Y está empezando a hacerlo. No ha sido la crisis económica la que lo ha destapado, pero sí ha servido para reconocer un aprieto anterior: el energético. Con un progresivo cambio de mentalidad, la desaceleración del ritmo constructivo y la aplicación de nuevas normas y rompedoras técnicas ese camino se está abriendo paso. ¿Pero cambiará el ahorro energético la forma de los edificios y las ciudades?
La normalización de la sostenibilidad.
Aunque la puerta que se abre a la sostenibilidad parece un camino sin vuelta atrás, hay quien sostiene que los mejores edificios de la historia – «pensemos en la Alhambra», proponen Emilio Tuñón y Luis M. Mansilla – siempre han sido sostenibles. Sin necesidad de etiquetarse como tales. Pero son muchos los arquitectos que reconocen un aumento en el ahorro energético de sus últimos proyectos. Eso ha sido posible, en parte, gracias a cuestiones no directamente arquitectónicas como la toma de conciencia de los clientes. A la cabeza de ese grupo, el italiano Renzo Piano ha demostrado que se puede hacer gran arquitectura gastando menos energía. Y ha roto el mito que hacía incompatible el rigor arquitectónico con el rigor medioambiental. Su fundación Paul Klee, a las afueras de Berna, funciona con un 50% menos de energía que un edificio suyo de usos similares, la Menil Collection, levantado en Houston hace 23 años.
desde La arquitectura busca salidas · ELPAÍS.com.


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