En el imaginario colectivo de la mayoría, Canadá está a asociado a las imágenes de sus preciosos parques naturales, con sus bucólicos paisajes de lagos y montañas. Sin embargo, la ciudad de Quebec merece hacerse un hueco en nuestra memoria, y estar incluida en el itinerario de todo viaje a este inmenso país.
Texto | Fotos: Ricard González
Por su historia y personalidad, Quebec es una ciudad única en Norte América. Fundada en 1608 por el navegante y explorador francés Samuel Champlain, es la ciudad más antigua al norte del Río Grande, y su casco antiguo conserva intacto el encanto de una ciudad europea de la Edad Moderna. Quebec exuda historia por todos sus poros, y ostenta multitud de récords en el subcontinente, testigos de su añeja vitalidad económica, social y cultural.
Por ejemplo, además de poseer el primer museo, el primer hospital, y la primera iglesia de América del Norte, fue en un edificio adjunto al convento de las hermanas ursulinas donde se inauguró la primera escuela para niñas del Nuevo Mundo. Si bien aún hay docenas de monjas que habitan el complejo, es posible visitar su bonita capilla y su museo, que narra la historia de la primera orden de monjas en poner sus pies en el norte del continente.
El casco antiguo, declarado por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad, está dividido en dos partes, la ciudad baja, y la ciudad alta, unidas por un funicular, y centenares de escalones.
Comparación entre la isla de Manhattan en la actualidad y en 1609, cuando era un territorio virgen con una flora y una fauna abundante.
Nueva York celebra los 400 años de la llegada a Manhattan del navegante inglés Henry Hudson, el 11 de septiembre de 1609, que inauguró la colonia de la que nacería la ciudad
ABEL GRAU – Madrid
Era un puerto natural, un impresionante estuario que parecía creado para el comercio. Los primeros exploradores europeos debieron de quedar fascinados: era una isla que daba acceso a todo un continente: Manhattan, la Mannahatta de los indios, una isla que con el tiempo se situaría en el centro del mundo.
Para hacerse una idea de lo que encontraron es necesario retroceder en el tiempo. El trazado urbano va desapareciendo de norte a sur y surge la salvaje vegetación original de la isla. Desde Harlem se borran las calles y los bloques de pisos, luego desaparece Central Park y las lujosas residencias del Park Avenue. Los rascacielos del Midtown quedan allanados a medida que se desdibujan las grandes avenidas que recorren la metrópolis. Hasta llegar más allá de Canal Street, atravesando Wall Street y desbrozando la jungla de gigantes de acero y cristal del centro financiero, hasta desembocar en la punta sur de la isla, cerca de Battery Park.
Desaparecido el cemento, el acero y el cristal, el paraje es ahora una masa esmeralda, indócil y exuberante. Es un entorno con praderas, campos de fresas salvajes, rápidos arroyos, pinos, robles, castaños. Algo similar a lo que debió de encontrar el explorador inglés Henry Hudson cuando arribó a esa misma costa el 11 de septiembre de 1609, a bordo del navío Halve Maen (Media luna), a las órdenes del imparable poder comercial holandés. Fue el acto fundacional oficioso de la colonia de Nueva Ámsterdam, que andando el tiempo se convertiría en la ciudad más vigorosa, dinámica, poderosa, cambiante y caótica del mundo: Nueva York.
Este viernes se cumplen 400 años de aquella hazaña, lograda de manera algo imprevista mientras el explorador buscaba un paso por el norte hacia las Indias orientales, financiado por la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales. Para conmemorar aquel episodio, la ciudad de Nueva York celebra esta semana un programa de actividades culturales y actos oficiales , que incluye desde la exposición de ‘La lechera’, de Johannes Vermeer, en el Museo Metropolitano, procedente del Rijksmuseum, hasta la exposición de una réplica real del navío que condujo a Hudson al Nuevo Mundo.
Incluso la Manhattan primigenia, la Mannahatta (o isla de las muchas colinas) de los indios, se puede recorrer en una recreación virtual puesta en marcha por la Wildlife Conservation Society a partir del trabajo del investigador Erich W. Sanderson. «Si Mannahatta existiera hoy tal como era entonces, sería un paque nacional», ha escrito Sanderson en el estudio Mannahatta: A Natural History of New York City. «Sería la joya de la corona de los parques nacionales de Estados Unidos».
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