
La doble piel del edificio Castelar inspiró años después al hijo del arquitecto
PATRICIA GOSÁLVEZ – Madrid
«No lo decidí, yo nací siendo arquitecto». Rafael de La-Hoz Castanys es la tercera generación de arquitectos de la familia. Hace años que no visita el edificio Castelar, obra cumbre de su padre, Rafael de La-Hoz Arderius, y el primer edificio en el que participó cuando era un chaval. «¡Qué pequeño parece todo!», exclama en el lobby, como quien revisita el colegio después de mucho tiempo. «De mi padre trabajando recuerdo sobre todo que era entrañable y estaba pendiente de las personas; cuando empezó la obra yo tenía 17 años, él quería que viniera a aprender pero, con Franco muriéndose, yo prefería estar en la calle». Al final tuvo tiempo porque el asunto se alargó de 1974 hasta 1986. Entremedias el Banco Coca, que había encargado el proyecto, se fusionó con Banesto, luego se descubrió que por mucho más de lo que valía. Hubo un juicio, el dueño del Coca se suicidó y Banesto no supo qué hacer con el edificio. «Mis padre les convenció de que para venderlo bien había que acabarlo, les lloró mucho», recuerda De La-Hoz. Al final Banesto pagó la fachada y se lo vendió a la Mutua Madrileña que se lo alquiló a Catalana Occidente hasta hoy.
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