
Refugio de artistas marroquíes y válvula de escape de muchos europeos que han descubierto, a 45 kilómetros de Tánger, un espacio de tiempo y lugar donde encontrar la comodidad de estar fuera de cobertura. Laberínticas calles, almuecines intempestivos para el visitante de sueño ligero y olas que mecen el sueño son el marco de esta ciudad del norte de Marruecos bañada por el Atlántico.
Almudena Ávalos | Fotos: Sara Janini
La medina de Asilah, abrazada por una inquietante muralla portuguesa del siglo XV, guarda una intimidad celosa y en armonía de blanco y azules por sus enjutas calles. No busques ningún mapa de ella, piérdete, desempolva tu nariz y guíate por el olfato: mar, especias, menta, cuero, pintura… deslízate por los olores hasta el transitado horno o la pastelería, visita la galería de arte, las tiendas y talleres de artesanía, cómprate unas sandalias, entra en un auténtico hamán, sucio y destartalado pero perfecto para hacer una guerra de agua o un videoclip de Shakira. Y sobre todo ten cinco años.
Pero cuando llegues a una gran plaza después de recorrer todas las callejuelas y contemplar los murales que las engalanan, tómate un té a la menta en el único café que hay dentro de la medina. Te encuentras entonces en la Plaza de Ibn Khaldoun donde se celebran conciertos en las semanas del Festival Internacional de Arte y Cultura (Moussem Cultural) y lugar en el que se alza como atalaya el torreón Al Hamra, símbolo de la ciudad, construido también por los portugueses en el siglo XV.
desde África | ocholeguas.com | Asilah, elogio de la sencillez.
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