
POR FREDY MASSAD
Apenas veinticuatro horas después del anuncio de que se le otorgaba el Premio Príncipe de Asturias de las Artes, hablando desde Nueva York, en la voz de Norman Foster reverbera aún la satisfacción por este reconocimiento. «Me siento verdaderamente feliz de haber recibido este premio», afirma.
-¿Lo esperaba?
-En absoluto, por ese motivo se trata de algo mucho más especial.
-Cuatro décadas dedicadas a la arquitectura, ¿cuál ha sido el impulso o ambición que ha conducido su carrera y que ha seguido persistiendo?
-Nada se ha alterado a lo largo de este tiempo. El desafío de diseñar sigue resultándome igual de emocionante. Diseñar tiene como fin mejorar la calidad de nuestras vidas, sea diseñar un edificio, un puente, un mueble, el tirador de una puerta, la infraestructura de una ciudad, un parque… Todo es un acto consciente de diseño que podemos hacer bien o no, y lo que me ha motivado permanentemente ha sido el deseo de hacerlo bien en todo momento. Primordialmente se ha tratado de esa voluntad, no de la ambición de ganar dinero. El diseño incide sobre nosotros a diferentes niveles: material, emocional… El diseño arquitectónico incide sobre nuestro espíritu y nuestra vida cotidiana, y ésa es una visión que define mi propia actitud y la de mi equipo










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