
Por FERNANDO PASTRANO FOTOS: PILAR ARCOS
«Si la Tierra fuera un sólo estado, Estambul sería su capital», Napoleón Bonaparte. «Mezquitas con enormes alminares que se perfilan sobre el color azufre del atardecer», Pierre Loti. «Mano antigua cubierta de anillos tendida hacia Europa», Jean Cocteau. Tres formas de definir esta ciudad entre las infinitas posibles. Desde la rotundidad del emperador y el apasionamiento del romántico, hasta la ambigüedad del polígrafo y cineasta.
Oriente y Occidente, dos puntos cardinales. Asia y Europa, dos continentes. Mármara y Negro, dos mares. Costantinopla y Estambul, dos nombres. Torres y alminares, dos símbolos del poder y de la fe. Eterna dualidad de una ciudad eterna. Constante ambivalencia de la más oriental de las ciudades occidentales (y viceversa).
Estambul es una mixtura sin divisiones claras. Una imprecisión mil veces definida por propios y extraños. Y entre los propios destaca el escritor Orhan Pamuk, premio Nobel en 2006, cuya obra refleja la yuxtaposición de las tradiciones orientales con las occidentales, la añoranza por un pasado perdido y anhelo por la modernidad inalcanzada. Otro ejemplo es el cineasta Fatih Akin, director y guionista de «Cruzando el puente», una lúcida aproximación a la música y la sociedad actual turca que, como el mismo Akin -un «kanak» nacido en Berlín (Nota del Editor: segun IMDb nacido en Hamburgo) de padres turcos- es la fusión de dos culturas.
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Un comentario en “Estambul, Torres y Alminares”