
Rescatan en Azul el legado de Francisco Salamone, el arquitecto que conquistó Buenos Aires en los años 30 con decenas de obras monumentales devenidas objeto de culto.
Por Fabio Grementieri
Para LA NACION – Buenos Aires, 2009
En la Argentina hay valiosos «sistemas patrimoniales» integrados por obras construidas con una misma estética, derivadas de una misma tecnología o diseñadas para una misma función. Es el caso del patrimonio art nouveau , del ferroviario o del escolar, por citar algunos grupos. Son muy pocos, en cambio, los casos de conjuntos patrimoniales notables compuestos por una gran cantidad de piezas erigidas por un solo proyectista. Entre ellos descuella la impresionante colección de edificios y espacios diseñados por Francisco Salamone en la Provincia de Buenos Aires, entre 1936 y 1940.
Hijo de un constructor italiano, Salamone nació en Sicilia en 1897 y arribó al país de pequeño. Estudió en el colegio Otto Krause y posteriormente se radicó en Córdoba; allí se recibió de ingeniero y arquitecto, realizó obras menores e intentó una carrera política en el Partido Radical. Su gran oportunidad llegó de la mano del autoritario Manuel Fresco, gobernador de Buenos Aires en la segunda mitad de los años treinta. Dentro del amplio plan de obras públicas de matriz keynesiana y fascista encarado por el caudillo conservador, Salamone construyó sedes municipales, plazas, mataderos y portales de cementerios en localidades de la mitad sudeste del territorio provincial. En sólo cuatro años desplegó una fantasía inagotable y una capacidad de trabajo frenética. Esta erupción de creatividad se extinguió en 1940, cuando Fresco dejó el poder y Salamone se instaló definitivamente en la ciudad de Buenos Aires. Hasta su muerte, en 1959, dirigió una empresa de pavimentación urbana y construyó apenas un par de edificios más.
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Rescate emotivo – Arquitecto Francisco Salamone
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