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MADRID.- A Gabriel Allende le gustaría que los pisos fueran ‘de marca’. Que en lugar de una casa a secas los futuros hipotecados pudieran elegir entre una vivienda ‘Mercedes Clase A’ o una ‘Renault Clío’. De esta manera se podría hablar con propiedad de una industria de la construcción y, fabricadas en serie, las casas serían más baratas.
Tras 23 años de trabajo al frente de su estudio -que en los años de bonanza llegó a emplear a 52 arquitectos-, sigue poniendo pasión en su trabajo porque, según confiesa, «todavía no ha terminado de hacer lo que le gusta». Durante ese tiempo Madrid ha sido su hábitat natural. Sus comercios -la cadena Crisol, las cafeterías California- sus oficinas -Aon Gil y Carvajal, Morgan Stanley, Edificio Crisalis, Grupo Timón…- y, sobre todo, sus edificios residenciales en calles selectas del centro como Velázquez, Serrano, Alcalá, Almagro u Ortega y Gasset y los diferentes ensanches.
Allende ha manipulado la piel de la capital a su antojo y hasta la saciedad e incide en que no ha explotado su parentesco con la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, de la que es primo carnal. El arquitecto se jacta de no haber firmado en su vida un solo proyecto del IVIMA -la promotora regional- y, para contrarrestar, a su modo, el supuesto ‘efecto Aguirre’, saca pecho de haber diseñado la Fundación Santillana, de sus trabajos como organizador de numerosas exposiciones temporales del Ministerio de Fomento en los años noventa, y de su relación con la familia Polanco.
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