Aunque sobran los motivos para desear viajar a la capital de la Toscana, y aun a riesgo de padecer el síndrome de Stendhal, esa enfermedad psicosomática que causa un elevado ritmo cardíaco y confusión cuando el individuo es expuesto a una sobredosis de belleza artística, éstas son ocho razones para deleitarse en ella.
María Fluxá
«Saliendo de Santa Croce me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme…», confesó Stendhal en su obra Nápoles y Florencia: Un viaje de Milán a Reggio. De este modo el escritor decimonónico Henri Beyle, autor de las célebres novelas El Rojo y el Negro y La Cartuja de Parma, definía el síndrome que un siglo más tarde recibiría el nombre de su pseudónimo: la reacción romántica ante la acumulación de belleza y la exuberancia del goce artístico.
Era lógico que lo padeciera en Florencia. Y es que son muchos los atractivos con los que deleitarse en la capital de la Toscana, cuna del Renacimiento y patria de Dante, cuyo legado del pasado es el más bello testimonio de todo lo sublime que es capaz de crear el hombre.
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